25 abril, 2006

A la sombra de un Tango


Te busqué por las calles torcidas de esta isla... Te encontré en aromas de vieja cafetería,y en las redes de los pesqueros que aguardan su salida. Paseé por la playa, bajo el interminable sopor del verano del puerto. Recordé algunas letras de aquella canción infinita en mi cabeza, la única desde que tu cuerpo amarró al mío a un vaivén de sutileza. Y no estás, pero te espero... A mis manos le hacen falta las tuyas para volver a sentir, y a mi cuerpo la cruz de tu pecho. Camino despacio, escucho tus tacones a mi paso, el veneno de tu voz por mis venas, el calor de tu boca en la mía. Un último deseo, para morir en paz; un tango contigo, y no volveré más.

20 abril, 2006

El vuelo de Noa (1º capítulo)

Me llamo Noa. Exótico ¿verdad? Pues es lo único en mi vida y a veces pienso que ni tan siquiera eso. Me lo pusieron un día de borrachera. Sí, sí. Ya sé que es muy triste, a mí me lo van a decir. Ese día, mi madre se acababa de enterar de que estaba embaraza y para entonces yo ya tenía cuatro meses. Se enteró en la consulta de su gran amiga y ginecóloga, Laura. Se quedó paralizada y ni tan siquiera oyó las risas de la doctora, que no se podía creer que llevara tanto tiempo embarazada sin darse cuenta. Unas risas muy lógicas por otra parte. Ella le aseguraba que esa tripa no eran gases ni retención de líquidos y que, ni haciendo deporte ni subiendo el índice nacional de polvos semanales, se bajaría. Hasta yo me hubiese reído si hubiese podido. Así que con el consejo de cuidados y espera de cinco meses más, salió del despacho de Laura sin rumbo y empezó a replantearse toda su vida. Muy típico. ¿Por qué se cae el mundo cuando a una le confirman que está embarazada?. Casada, con un trabajo estupendo, con un marido corriente que a pesar de todo la quería, con casa, coche y ¡¡hasta un perro!!. Vamos, una vida de lo más normal para que a tus 32 años, empieces a pensar en evolucionar tu vida y tu familia, sin contar con el índice de natalidad de tu perro, claro. Pero en fin, mi madre es así de catastrófica. Irene, “la portadora de la paz” según los griegos. Aunque no creo que ese día ella pensara que le iba aportar paz a mi padre…

Anduvo, como decía, durante horas por las hermosas calles de esa ciudad costera que tanto sofoco le provocaban. Y no dejó de mirar el mar pensando en qué hacer, cómo d
ecírselo a mi padre, cómo afrontar mi nacimiento y mi niñez. Y esas cosas que siempre preocupan. Mi madre lo describe como un momento íntimo en su vida, una fase de aceptación y toma de contacto. Un trompazo lo llamo yo, porque lejos de estar alegre por verme la cara y disfrutar de mí, se replanteó toda su vida y a sí misma. Fue la primera vez que dejó de ser joven para convertirse en alguien responsable para el resto de su vida. En ello influyó mucho mi padre, claro está. En todas las relaciones es sabido que siempre hay uno mucho más predispuesto a las catástrofes que el otro. Bien, pues ese era mi padre. Eloy, “elegido”. Sí, desde luego, elegido para ser mi padre. Aunque por muy elegido, no me imagino la cara que puso cuando vio entrar a su mujer por la puerta de casa con cuatro bolsas repletas de bebidas alcohólicas, después de estar esperándola, muy preocupado, durante siete horas en casa. Aseguraría que no habría nombre en la agenda telefónica que no hubiese marcado en el teléfono. Pero apareció sin problema, o bueno, más bien con uno de cuatro meses.

(Continuará...)

18 abril, 2006

Siluetas desenfocadas (segunda y última parte)

Tercera parada. Sobresaltos en rostros que va venciendo el sueño. Nuevos pasajeros suben a ese tren subterráneo, y viejos pasajeros lo dejan atrás. La mirada de la mujer se desvió del niño, volvió de forma brusca a la realidad y dejó atrás aquellos recuerdos hasta muchos días después. Pensó en su marido; desde que murió nada había vuelto a ser lo mismo en casa. En un gesto automático se llevó la mano derecha al anillo de oro que colgaba de su cuello y lo metió dentro de su camisa. Quería sentirlo cerca y aquella era la forma de hacerlo. El metal frío al contacto con la piel le trajo imágenes de felicidad. Respiró resignada... Justo en frente de ella había tomado asiento un señor con barba blanca, piel oscura y semblante serio. Se acomodó en el asiento y abrió el periódico que traía bajo su brazo. La mujer seguía curiosa sus movimientos atraída por algo que no sabía describir. El hombre de barba pasó varias páginas de aquel sumario examinándolo con los ojos, recorriendo las palabras impresas en busca de algo interesante que mereciera la pena leer. Se detuvo en la página de sucesos. Leyó las noticias casi sin inmutarse, parece mentira como podemos llegar a inmunizarnos, pensó mientras la mujer de enfrente, la madre del niño, observaba las manos de aquel hombre, recordando antiguas caricias... El hombre de piel oscura volvió a pasar las páginas y llegó a la cartelera; se fijó en el horario y decidió darse un pequeño lujo, se pararía un par de paradas mas adelante y vería el último estreno. Necesitaba darse un respiro después de una dura jornada laboral. La auditoria de la última semana le había hecho trabajar horas extras cada día, agotando hasta el último resquicio su paciencia y su capacidad de concentración. Y lo peor estaba por llegar. Pasó algunas páginas más, llegó a la crónica social. Sus ojos marrones leyeron el titular al tiempo que lo hacía otros ojos verdes. La noticia hacía referencia a un tema de moda, la legalización de la eutanasia. El hombre de los ojos marrones y barba blanca leyó con interés la noticia, pensando en la locura que suponía un crimen legalizado. Sin embargo la noticia contaba con la aprobación de unos cercanos ojos verdes, que intentaron leer la letra pequeña pero desde esa distancia no pudieron. Se quedarían con la intriga hasta que por la tarde consiguieran leer la noticia de forma completa. Estos ojos verdes pertenecían a una chica joven que agarraba la barandilla a la derecha del señor de piel oscura. Ella tenía un cabello negro, muy liso, y ojos almendrados. Sujetaba en sus brazos la carpeta con los apuntes y un par de libros que había sacado de la biblioteca de la facultad. Su mirada seguía perdida en las paginas impresas del periódico, pero su pensamiento se desvió hacia el examen del próximo jueves acerca del arte en la cultura negra; un tema q le apasionaba y acerca del cual deseaba realizar su proyecto de fin de carrera.

Sexta parada. Un nuevo remolino de gente entraba y salía del vagón número cinco. La chica de los ojos almendrados vio un sitio libre; se sentó y colocó sus libros sobre sus piernas. Subió el volumen de su mp3; pasó un par de canciones y se paró a escuchar aquella banda sonora con ritmos árabes recorriendo el vagón con sus ojos, buscando fuente de inspiración para su nueva obra. Memorizó rostros y posturas, y como en otra dimensión comenzó a verlo todo pintado en acuarela. Colores mezclados, juegos de luces y sombras, tamaños desproporcionados, perfiles pintados a carboncillo, paisajes urbanos plagados de flores y un enorme sol naranja iluminando una bola de cristal azul... La música transformó a los personajes de aquel vagón número cinco, y poco a poco uno detrás del otro fueron caminando despacio, como serpientes encantadas al son de la flauta, atravesando un marco de papel hasta que todos fueron parte de la visión armoniosa de unos ojos verdes, almendrados...

Décima parada. Final de la canción. La chica morena despertó de su pequeño letargo en vigilia. Parpadeó un par de veces, miró a su alrededor y sonrió; tenía la idea perfecta para su obra. Había pasado su parada pero le reconfortó la idea de caminar un poco mientras volvía a escuchar aquella banda sonora con la que pintaría su próximo cuadro...

El hombre de barba blanca ya había sacado su entrada en el cine y esperaba poder entrar a la sala tomando tranquilamente un café. La mujer viuda decidió dar una vuelta antes de llegar a casa para comprar la cena, hoy cocinaría el plato preferido de su hijo. El niño decidió contarle a su madre la caída en el colegio... ya no podía disimular más la cojera. El abuelo llamaba a la puerta de su hijo, mientras guardaba tras su espalda, la bolsa con el regalo para su nieto...

12 abril, 2006

Biombo


Palabra de textura suave, redonda, sonora... Casi se escucha su propio eco al pronunciarla. Desplegable como el objeto que denomina. Éxótica, como su procedencia japonesa. Sutíl como su significado. Invita a calidez de rincón de alcoba. Coqueta e íntima. Sugiere instrumento perfecto para la seducción.

Duele...

11 abril, 2006

Grosella


Es mi palabra, la que he votado en www.escuelasdeescritores.com. Es la que he elgido como favorita, señalada como la mejor para mí. ¿Por qué me gusta esta palabra?

Porque la fuerza de la "GR" junto a la sencillez y dulzura de la "S" y la culminación con una cálida "LL" hacen que sea una buena simbiosis. Le dan fuerza a la palabra. Porque se te llena la boca al pronunciarla. Y porque el color del fruto aporta la garra que le faltaba... Me produce pasión y a la vez es simple, sencilla. Mágica

Capas ocultas por el tiempo

Imagino que soy una pequeña muñeca de cera. Cera de todos los colores, con un estupendo traje y una radiante sonrisa. Imagino que me coges y me elevas alto, muy alto, contemplándome como lo haría un entendido del arte. Al trasluz, minuciosamente. Cada peca, cada pierna y cada mano. ¡Y me ves perfecta!. Símbolo puro e intacto de la belleza misma, que ha venido a volcar en mí todo su saber y arte. Hermosa como ninguna otra, tal cual tú te esperabas que fuera. Así que yo sonreiría por saber que no te he defraudado. Y el nudo en la garganta desaparecería dejando en su lugar tranquilidad. Pero sería entonces cuando te darías cuenta de que algo falla…

Me posarías suavemente en la mesa y comenzarías a elucubrar sobre lo que no te encaja. ¿Qué es lo que me pasa?. Pensarías e imaginarías por qué no soy como esperabas. Me mirarías con rapidez, con ansia buscarías mi punto débil, lo que me mata. No hay equilibrio en tu figura, pensarías. Algo no encaja... Así que me darías vueltas y vueltas, y yo simularía ser una muñeca bailarina, danzando rítmicamente al compás de mi caja de música... Y de pronto todo se para. Clavas tu mirada en mí con un brillo especial y cristalino, casi a punto de gritar “¡eureka!”. Y yo me pongo en lo peor y me estremezco. Qué pasará ahora… Y como temblando, alargas tu mano hacia mi cuello, mi frágil y perfecto cuello y tiras de algo, y yo me estremezco… Tiras y tiras y parte de mi traje desaparece. Y te quedas mirando aquello que me has sustraído e impertérrito lo posas lentamente sobre la mesa y repites el mismo gesto. Tiras, tiras, tiras y tiras… Tiras de mi hermoso traje, que ya no es traje sino combinación. Pero tú no paras y sigues tirando. Tiras de nuevo y yo callo. Tiras porque puedes tirar y por ello tú también callas. Y en ropa interior me contemplas un segundo, el justo para mirarte y pedir clemencia, pedirte que pares con mis ojos hechos un río. Pero tú me ignoras como se ignora a un niño cuando pide un capricho y continúas tu tarea… Así que yo miro hacia abajo, hacia el abismo de mi perdición y empiezo a pensar cuál será el final de mi historia, esta historia que escriben para mí y soy protagonista…

Sabes que es la última vez que tirarás y te lo piensas, pero no cesas. Y temblando de nuevo, esta vez con emoción, no erras y acabas tu tarea… Y entonces yo cierro los ojos para no ver tu reacción y tú enmudeces de extrañeza ante lo que estás contemplando… Sin pestañear para no perder detalle, descubres que tras esas capas de mentiras creadas, se esconde la verdadera identidad. Una verdad hecha cuerpo de hada, alas de hada y belleza de hada. Que esa faz de muñeca era una máscara veneciana que existía por exigencia, pero cual antifaz, no es la realidad…Y avergonzada te miro, con mejillas sonrosadas y lágrimas derramadas, y descubro… Descubro que para ti la verdad es más difícil de aceptar.

Mi Luz



Cada noche, al acostarme, me paro a observar un pequeño parpadeo persevero y constante. La luz del faro de ese puente solitario en la noche. Esa luz... como un tic tac del reloj, es el paso del tiempo, la uniformidad del continuo trabajo de la vida. Me pregunto si será consciente de su tarea, de ese parpadear diario. Ese inconsciente destino que se le ha encomendado: guiar a los desamparados. Es como cuando respiramos. Lo hacemos sin percatarnos, eso nos hace vivir y seguir caminando a través de nuestra vida, a través de ese puente. Y me pregunto si sentirá dolor por su destino, como yo lo siento en este momento. Si alguna vez se alegrará de todo lo que está haciendo, si podrá mirar atrás y ver si merece la pena sufrir para que los demás no anden perdidos... Como yo. Ella me guía en estos momentos de desdicha en mi vida, me relaja, me tranquiliza con su perseverante destello nocturno, vela para que me duerma. Me ayuda. Y ni siquiera se da cuenta. Y quisiera hacer algo por ella, darle las gracias de alguna manera. Creo que esta es la mejor forma, pensando por ella. A ti, mi luz, mi rutina, mi duermevela. Porque si no estuvieras, mis lágrimas ahogarían mi tan necesitado sueño. A ti, porque haces que el tiempo pase para curar mis heridas y no me de ni cuenta...


(Porque todos tenemos una luz que nos guarda. Dedicados a todos los que han visto esa luz y a los que faltan por descubrirla...)

Allí

En la inmensa distancia
Que separa el uno del dos;
En los oscuros rincones
De los rayos del sol;
En el agobiante mundo
De estar solo;
En el dolor de sentir
Que no hay dolor.
Allí, donde no existe nada.
Allí, donde yo te busco.
Allí... Allí estás muy lejos.

12/ 2002

Sin duda, por ella...


“De mí dependía la existencia de todo lo que nacía, moría o acontecía en las arenas inmóviles donde germinaban mis cuentos. Podía colocar en ellas lo que quisiera, bastaba pronunciar la palabra justa para darle vida”...
Y así es ella. Desde el primer momento en que la conocí, me cogió de la mano muy suave, despojándome de miedos e incertidumbres. Me enseñó hechizos para aprender a volar tumbada en la cama y me presentó un séquito entero de espíritus y fantasmas con los que crecí rodeada de secretos. Me enseñó a desmenuzar las cosas buenas de la vida, a encontrar lo mágico de cada instante y aprender a disfrutarlo. Me llevó a planetas imaginarios, llenos de personajes sacados de sus cuentos que me despertaban de noche solo para bailar. Me mostró lo imposible, y me hizo creer en ello. Me hizo gozar de cada una de sus palabras, con cada una de sus páginas... Con ella nació el verdadero placer de la lectura, y la emoción que desde entonces siento con la literatura. Me regaló el duende de la inspiración, ese pequeño trasto que se desliza entre mis pies a cada paso, y que a dia de hoy sigue sorprendiéndome en escaparates y farolas apagadas. Por eso no podía ser de otra forma el inicio de este pequeño blog que tanto supone para nosotras, volver a escribir, volver a disfrutar, y a sentir tanto tanto con la escritura como ella nos enseñó. Gracias, Isabel.

10 abril, 2006

Siluetas desenfocadas (primera parte)





Las puertas chirriantes se volvieron a abrir una vez más para dar entrada a otra manada de pasos, y el vagón del metro se llenó de ruido de tacones enérgicos, de pisadas de zapatos de gente cansada de vivir... Y el ambiente se iba cargando de la prisa y de la rapidez de los cuerpos yendo y viniendo , montándose y bajándose en aquella parada. Cientos de rostros diferentes, nacionalidades al antojo, miles de vivencias y aventuras que se mezclan en el mismo espacio, en el mismo tiempo... Sentimientos y pensamientos que se van o que se quedan, que se cruzan en una mirada furtiva, en un roce de manos al pasar...

Después de diez segundos, la puerta del vagón número cinco, volvió a cerrarse. El anciano de setenta y tres años había conseguido sitio y se alegró. Había caminado mucho esa mañana y las piernas empezaban a flaquearle. Sintió un pequeño cosquilleo que le subía desde las puntas de los dedos de los pies hasta la cadera, donde seguía sintiendo ese sordo dolor que le había acompañado durante todo el invierno. Tanto frío no le estaba viniendo bien... Pero iba contento. En su regazo, una bolsa transparente de unos grandes almacenes; en su interior llevaba un regalo para su nieto. ¡Le había costado tanto encontrarlo! Pero para su pequeño tesoro nada era suficiente. Sonrió con un leve gesto al imaginar aquella carita recibiendo su nuevo juguete, mientras sujetaba bien la bolsa. Estaba cansado... miró el reloj y calculó mentalmente... “aún es temprano” pensó, y se acomodó en su asiento, dejando pasar lentamente los minutos hasta su parada. Miró a su izquierda; un pequeño de edad parecida a la de su nieto miraba atónito la bolsa del anciano, adivinando lo que se encontraba en su interior. A él también le hubiese gustado que su abuelo, o su padre le hubiese hecho aquel regalo... El pequeño se sorprendió al sentirse observado por aquella mirada bondadosa; y mientras el hombre de la bolsa le hizo una pequeña caricia en el pelo, el niño giró la cabeza hacia su madre. Se sintió cohibido. El pequeño llevó una de sus manos a la rodilla, aún le dolía. Esa mañana se había caído en el colegio pero no se lo había dicho a su madre; seguro que le diría que era un trasto, y aunque estaba acostumbrado, empezaba a estar cansado de tanta bronca. Sintió que la herida le ardía bajo la tela de los pantalones y decidió ponerse de pie, delante de su madre. Metió las manos en los bolsillos y encontró un par de canicas con las que había estado jugando en el recreo. Aún no era bueno en ese juego que volvía a ponerse de moda, pero estaba empeñado en vencer a su pequeño gran rival y estaba dispuesto a demostrarle quien era él. Su madre le gritó. El niño estaba entretenido mirando una canica que cambiaba de color según la posición de la luz... miró a su madre “¡que te agarres! Verás como te caigas...” El niño hizo caso y abrazó la barandilla más próxima mientras entre sus pequeños dedos seguía sintiendo la forma redonda de esas dos canicas. Su madre le miró con otra expresión. Recorrió con sus ojos el cuerpo de su hijo, desde sus viejas zapatillas sucias de jugar al fútbol todas las tardes en el patio del colegio, hasta su cara. Cómo había crecido... Se fijó en las pecas q adornaban las mejillas del pequeño y a su mente vino un viejo recuerdo del día de su nacimiento que le provocó un dulce sentimiento de ternura. Pensó en que a veces era demasiado dura con él y no pudo recordar la última vez que le dio un abrazo...