Tercera parada. Sobresaltos en rostros que va venciendo el sueño. Nuevos pasajeros suben a ese tren subterráneo, y viejos pasajeros lo dejan atrás. La mirada de la mujer se desvió del niño, volvió de forma brusca a la realidad y dejó atrás aquellos recuerdos hasta muchos días después. Pensó en su marido; desde que murió nada había vuelto a ser lo mismo en casa. En un gesto automático se llevó la mano derecha al anillo de oro que colgaba de su cuello y lo metió dentro de su camisa. Quería sentirlo cerca y aquella era la forma de hacerlo. El metal frío al contacto con la piel le trajo imágenes de felicidad. Respiró resignada... Justo en frente de ella había tomado asiento un señor con barba blanca, piel oscura y semblante serio. Se acomodó en el asiento y abrió el periódico que traía bajo su brazo. La mujer seguía curiosa sus movimientos atraída por algo que no sabía describir. El hombre de barba pasó varias páginas de aquel sumario examinándolo con los ojos, recorriendo las palabras impresas en busca de algo interesante que mereciera la pena leer. Se detuvo en la página de sucesos. Leyó las noticias casi sin inmutarse, parece mentira como podemos llegar a inmunizarnos, pensó mientras la mujer de enfrente, la madre del niño, observaba las manos de aquel hombre, recordando antiguas caricias... El hombre de piel oscura volvió a pasar las páginas y llegó a la cartelera; se fijó en el horario y decidió darse un pequeño lujo, se pararía un par de paradas mas adelante y vería el último estreno. Necesitaba darse un respiro después de una dura jornada laboral. La auditoria de la última semana le había hecho trabajar horas extras cada día, agotando hasta el último resquicio su paciencia y su capacidad de concentración. Y lo peor estaba por llegar. Pasó algunas páginas más, llegó a la crónica social. Sus ojos marrones leyeron el titular al tiempo que lo hacía otros ojos verdes. La noticia hacía referencia a un tema de moda, la legalización de la eutanasia. El hombre de los ojos marrones y barba blanca leyó con interés la noticia, pensando en la locura que suponía un crimen legalizado. Sin embargo la noticia contaba con la aprobación de unos cercanos ojos verdes, que intentaron leer la letra pequeña pero desde esa distancia no pudieron. Se quedarían con la intriga hasta que por la tarde consiguieran leer la noticia de forma completa. Estos ojos verdes pertenecían a una chica joven que agarraba la barandilla a la derecha del señor de piel oscura. Ella tenía un cabello negro, muy liso, y ojos almendrados. Sujetaba en sus brazos la carpeta con los apuntes y un par de libros que había sacado de la biblioteca de la facultad. Su mirada seguía perdida en las paginas impresas del periódico, pero su pensamiento se desvió hacia el examen del próximo jueves acerca del arte en la cultura negra; un tema q le apasionaba y acerca del cual deseaba realizar su proyecto de fin de carrera.
Sexta parada. Un nuevo remolino de gente entraba y salía del vagón número cinco. La chica de los ojos almendrados vio un sitio libre; se sentó y colocó sus libros sobre sus piernas. Subió el volumen de su mp3; pasó un par de canciones y se paró a escuchar aquella banda sonora con ritmos árabes recorriendo el vagón con sus ojos, buscando fuente de inspiración para su nueva obra. Memorizó rostros y posturas, y como en otra dimensión comenzó a verlo todo pintado en acuarela. Colores mezclados, juegos de luces y sombras, tamaños desproporcionados, perfiles pintados a carboncillo, paisajes urbanos plagados de flores y un enorme sol naranja iluminando una bola de cristal azul... La música transformó a los personajes de aquel vagón número cinco, y poco a poco uno detrás del otro fueron caminando despacio, como serpientes encantadas al son de la flauta, atravesando un marco de papel hasta que todos fueron parte de la visión armoniosa de unos ojos verdes, almendrados...
Décima parada. Final de la canción. La chica morena despertó de su pequeño letargo en vigilia. Parpadeó un par de veces, miró a su alrededor y sonrió; tenía la idea perfecta para su obra. Había pasado su parada pero le reconfortó la idea de caminar un poco mientras volvía a escuchar aquella banda sonora con la que pintaría su próximo cuadro...
El hombre de barba blanca ya había sacado su entrada en el cine y esperaba poder entrar a la sala tomando tranquilamente un café. La mujer viuda decidió dar una vuelta antes de llegar a casa para comprar la cena, hoy cocinaría el plato preferido de su hijo. El niño decidió contarle a su madre la caída en el colegio... ya no podía disimular más la cojera. El abuelo llamaba a la puerta de su hijo, mientras guardaba tras su espalda, la bolsa con el regalo para su nieto...