27 octubre, 2006

Entresijos



... Así que dio la vuelta, irremediablemente, para marcharse. Pero al agarrar el pomo de la puerta algo brotó en su interior y una fuerza más grande que él reaccionó. Volvió a girarse y se sintió hervir al mirarla y ya nada pudo pararlo. Se abalanzó hacia ella y la besó con pasión mientras rodeaba su cabeza y su cintura con las manos, sujetándola. Bebió de ella, con rabia, agónico. Quería saciar su sed con su alma y se desesperó mientras la besaba. Una y otra vez. Y un escalofrío le recorrió el cuerpo, desde sus entrañas hasta la piel, erizándose. Temblaban. El corazón se inundó de una droga que le daba vida y quiso explotar. Los besos cada más ardientes, no conseguían aplacar sus ansias. Ella se estremeció dejándose llevar al mismo ritmo. Besos. Sus besos. Se acariciaron con unas manos desesperadas. Buscaban algo y no sabían qué era. Solo besos en un abrazo embriagador. Quería más. Levantó fuertemente su cuerpo, oprimiéndola contra el suyo sin dejar de buscar su deseo en sus labios. Y sin mirar, la posó lentamente sobre la cama. Estaban mareados, embriagados de una euforia que les inundaba. Su lengua buscó la piel de su cuerpo, el sabor de sus sentimientos. La ropa desapareció de ambos con desesperación. Piel con piel. Sus cuerpos se entrelazaron con furia incontrolada. Ya nada más importaba. La excitación no cabía en ellos, mortales, insignificantes. Era más. Mucho más que lujuria. Y bajo susurros largo tiempo contenidos, los dos se dejaron llevar, abandonándose sin remedio al ritmo de un baile. Una canción, una dulce melodía. Un intenso vaivén de gemidos liberados...