24 marzo, 2008

De ti, a ti, hacia ti, por ti, sin ti.


Si te suelto te detienes; si te susurro te erizas; si te acaricio te sonrojas; si te quemo me sientes. Tantos años a mi lado y esto es lo que he aprendido de ti. Si te agarro te abrazas; si te huelo te dejas; si te observo te peinas; si te hablo me escuchas. No hay nada en esta vida que me haga arrepentirme de que, al fin y al cabo, te elegí a ti. Si te canto te meces; si te beso te pierdes; si te leo te duermes; si te ríes me tienes. Al cerrar los ojos y mirar atrás, una y otra vez veo lo mismo: yo corriendo hacia ti. Si te chupo te contienes; si te lloro te creces; si te busco te encoges; si te amo me quieres. Hecho cuentas de la vida y creo que no hay nada en este mundo que yo no haría por ti. Si te pellizco te enfadas; si te cocino te relames; si te tiento te abandonas; si te llamo tú vienes. Y un largo recorrido para comprender que no sería nada en esta vida sin ti. Si te ilumino te ocultas; si te deseo te entregas; si te despierto te desperezas; Y si te pido que seas lo primero y lo último en mi día, me acaricias y te quedas.

De ti, a ti, hacia ti, por ti, sin ti.

17 marzo, 2008

Mi café

Hoy espero. Estoy sentada frente a una taza de café y el teléfono me mira con cara de ansia. El café humea y el olor me inunda recordándome que el tiempo pasa despacio, a su ritmo, sin prisa, esperando… Miro impaciente alrededor. Te espero. A ti. Te echo de menos. Sé que nada he de esperar pero aquí estoy, mirando por si me llamas, esperando por si acaso olvidaste decirme que tú también me esperabas. De pronto en mi mente te veo pasar de lejos, con tu andar de Romeo y tu pelo oscuro. Cierro los ojos y puedo ver tu sonrisa escuchando mis palabras nerviosas. Me miras. Sé que sabes lo que crece en mí pero el silencio es lo que llena el espacio que nos separa. Tan solo un pasito, será siempre la distancia que nunca recorra. Si estiro mi mano casi puedo rozarte. Tú gesticulas la vergüenza y yo noto que me sonrojo. Pero no es verdad lo que creo, es solo el recuerdo. Yo lo veo tan claro como la luz del día y lo oculto como el color del café. Que rico café. Que amarga espera. Pero eso ya lo he dicho, esto ya lo he vivido y el teléfono no suena. Apuro lo que queda, el dulce sabor de un final frío y aguado. Eso es lo que tengo. Y sé que me conformo con que, de vez en cuando, tenga delante de mí otra taza de café.

05 marzo, 2008

El vuelo de Noa (5º Capítulo)

A pesar de que hay retratos míos por todas partes y de que me informan de manera gráfica cómo y cuál fue el tipo de vida que llevé, la imaginación me aborda en cada rincón de mis recuerdos y a veces los transformo para crear aquello que veo, sea o no verdad. Me veo regordeta, con ojos grandes y pelo negro con un gran flequillo. Siempre atenta y sonriente. Da la sensación de que ya de pequeña me di cuenta de la peculiar familia en que me tocó vivir y se ve que no quería perderme detalle de todo lo estrambótico que solía suceder a mi alrededor. Sé que mi madre se apegó mucho a mí, a pesar de que al principio no se planteó si quiera traerme al mundo. En casi todas las fotos ella siempre sale a mi lado sentada, de pie jugando conmigo, dándome de comer… Siempre a mi lado. Me observaba de lejos y de cerca. A cada paso mío ella temblaba con la posibilidad de que me fuera a caer. Me dejó crecer por puro milagro y porque nada podía hacer para impedirlo, pero de ser por ella jamás habría pasado de la época que huele a potitos y pañales.

Fui su manía en cuanto nací y quiso demostrármelo a todas horas. Tardé en gatear porque siempre andaba en sus brazos. Tampoco anduve hasta bien tarde porque nunca quería bajarme del cochecito y ni se esforzó en enseñarme a hablar porque ella comprendía cada balbuceo que yo pronunciaba y me colocaba el chupete cuando movía la boca o me daba galletas cuando creía que tenía hambre. Desarrollé el instinto de escuchar porque hablar me estaba vedado o porque sencillamente yo era así de reservada. Me cuentan que me sentaba en el suelo y mi madre se ponía a jugar conmigo y luego empezaba a divagar y se exaltaba hablando de temas políticos o trascendentales interpretado para mí con muñecas. Yo la miraba y me reía. Tal vez la entendía o tal vez simplemente me hacía gracia el verla hacer guiñoles poniendo caras y ofuscándose. Pero después ella me acariciaba y abrazaba hasta que ya no podía reír más y luego simplemente me acunaba. Con los años aprendí a calmar mis enfados o mis frustraciones escuchando horas y horas a mi madre. Yo no le contaba nada y ella simplemente disertaba sobre el primer tema que se le ocurría. Luego esperaba el tan ansiado abrazo y por fin caía en el gozo profundo de la calma ¡Cuántas veces lo eché de menos cuando estuve sola y sin nadie a quien oír ni abrazar! Mi madre y yo, por mucho tiempo, fuimos inseparables a pesar de sus rarezas y mis silencios.

Mi padre nos contemplaba y disfrutaba de cerca y luego de mí a solas cuando ella no estaba o dormía. Recuerdo juegos al anochecer con linternas, cuentos en el parque bajo un árbol, caramelos de sus bolsillos a escondidas que sabían a aventuras y a misterio… Él era tan callado como yo y nuestros silencios eran el festín de los reservados. A mí me llenaba simplemente el sentirlo a mi lado. Cuando hablábamos entre nosotros era porque era necesario o importante. Eso hizo que nuestra relación fuera estrecha y muy personal. Para mí él era el viento que mecía las copas de los árboles y yo sentía paz con el arrullo de su voz. Procuraba que yo me alejase de malos pensamientos y de vez en cuando me sacaba justo a tiempo de las estrambóticas ideas de mi madre. A pesar de que eran muy diferentes y raros, ellos se querían y su amor les mantenía unidos y el amor hacia mí les ataba aún más. Gracias a él yo crecí en un seno poco corriente de familia atípica, pero feliz a mi manera. De no ser porque se amaban, jamás mi madre habría soportado tantos silencios de él y tampoco mi padre habría aguantado los desvaríos de ella. Yo nací para ser su nexo, alguien con quien podían relacionarse sin necesidad de esforzarse en ser alguien que no eran. Conmigo mi madre podría hablar y conmigo mi padre podría callar. Éramos un buen trío. Aunque por muy bien que me sintiera entre los tres mosqueteros, mi sueño, desde mi primer año, fue alguien que me acompañara siempre, que me persiguiera en mis juegos y me quitara la pelota en el parque. A mí me faltaba un cuarto. Me faltaba D’Artagnan…
(continuará...)