Cerrando la puerta
No supe en qué momento noté que mis
pies cambiaron de dirección con paso firme y sin consultarme. Me
llevaban hacia ti. Irremediablemente. No sé en qué momento metí la
llave en la cerradura e hice girar el pomo cuando me encontré frente
a tu casa. Cedió. La puerta se abrió y cerré tras de mi, despacio,
sin hacer ruido, manteniendo la respiración. Apreté las llaves en
mi mano hasta que estuvieron blancas y doloridas, y atravesé el
pasillo a oscuras, mientras el olor de la casa, tu olor, me envolvía
los sentidos y hacía brotar las lágrimas. No sé qué estaba
haciendo ahí. Simplemente estaba. Al llegar al cuarto, entré con
sigilo y te vi, allí tumbado, ocupando toda la cama mientras la luz
amarilla de las farolas iluminaba tu cuerpo. Dormías plácidamente
arropado a medias y agarrando fuertemente la almohada y quise ser tú.
Con tu calma, tu reposo, tu tiempo muerto con la vida. Quise no
preocuparme, no sentir que la garganta me ardía y no notar el
recorrido de las lágrimas al caer por mis mejillas. Pero no era tú
sino yo y solo deseaba no serlo. No recuerdo por qué no fui capaz de
parar el impulso de abrazarte. Pero me tumbé a tu lado, de costado,
respirando tu aliento y me apreté fuerte contra ti, acomodando mi
cuerpo al tuyo, como tantas otras veces. Como siempre. Y me quedé
sin respiración cuando, por impulso, por costumbre, te acomodaste en
sueños hacia mí y me abrazaste. Y fue justo en ese instante cuando
noté perfectamente que el corazón se me rompía al fin. Hizo crack.
Lo escuchó mi alma. Supe que nunca más volvería a latir como
antes. Ya nada volvería a ser como antes. Nada. Ni yo. Ni tú. Y Yo
no debía estar allí. Lo sabía tan bien como sabía que no tenía
voluntad para marcharme. Así que te miré, grabé tu cara en mi
memoria, te dije te quiero 16 veces en susurros. 16 veces. Pero no sé
cuándo mi cuerpo volvió a tomar las riendas y me levanté. Dije
Adiós una vez en alto. Una sola y única vez. Sin mirar atrás
recorrí suavemente el pasillo. El reloj sonaba, la madera del suelo
crujía, el calor de la casa me agobiaba y un árbol se balanceaba
contra la ventana del baño. A lo lejos mi mente solo gritaba.
Gritaba fuerte. Y yo no la escuché. Llegué a la puerta, el pomo
cedió de nuevo, dejé las llaves en la mesa y cerré despacio la
puerta tras de mí, dejando atrás esa vida contigo, esos sueños sin
cimientos, un futuro que creí que llegaría y un álbum de recuerdos
en nuestras memorias. Me llevé mi corazón roto y te dejé el amor
que sentí por ti durante toda mi vida desde que te vi. Sé que no lo
querías pero pensé, por un momento, que algún día lo verías de
verdad y entenderías cuánto te he querido. Cuánto y cuán grande.
Y algún día tú... Tú... Tú serías capaz de usar todo ese amor
para dárselo a alguien. Y salí a la calle y caminé arrastrando mis
pies y mi alma por la acera. Y al verme sola me di cuenta de que me
faltaban muchas cosas por dentro. Huecos. Vacíos. Notaba el eco del
dolor dentro mí. Y seguí caminando mientras respiraba. Y seguí. Y
seguí. Y no sé en qué momento pasó el tiempo y aún sigo aquí.
Aquí pero sin ti. Y aquí pero CONMIGO.
3 Comments:
Me encanta. Sin más. Sentimientos a flor de piel, totalmente. Me sigue encantando leerte, sea lo que sea, pero leerte. No te desanimes. Como me decías, pronto escribirás también sobre alegrías, ya verás ;-)
Precioso, triste y alentador a la vez, si hay coraje para levantarse lo hay para seguir caminando. Sigue caminando...un besito
Tú no tienes vacíos, amiga, son lastres que hay que dejar poco a poco en el camino, para caminar ligero hacia tu futuro, contigo misma como compañera fiel de viaje, la única que seguro te seguirá hasta donde decidas llegar. Eres fuerte pero sobre todo humana, y escribes sobre el dolor más viejo del mundo.
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