18 mayo, 2012

Cerrando la puerta



No supe en qué momento noté que mis pies cambiaron de dirección con paso firme y sin consultarme. Me llevaban hacia ti. Irremediablemente. No sé en qué momento metí la llave en la cerradura e hice girar el pomo cuando me encontré frente a tu casa. Cedió. La puerta se abrió y cerré tras de mi, despacio, sin hacer ruido, manteniendo la respiración. Apreté las llaves en mi mano hasta que estuvieron blancas y doloridas, y atravesé el pasillo a oscuras, mientras el olor de la casa, tu olor, me envolvía los sentidos y hacía brotar las lágrimas. No sé qué estaba haciendo ahí. Simplemente estaba. Al llegar al cuarto, entré con sigilo y te vi, allí tumbado, ocupando toda la cama mientras la luz amarilla de las farolas iluminaba tu cuerpo. Dormías plácidamente arropado a medias y agarrando fuertemente la almohada y quise ser tú. Con tu calma, tu reposo, tu tiempo muerto con la vida. Quise no preocuparme, no sentir que la garganta me ardía y no notar el recorrido de las lágrimas al caer por mis mejillas. Pero no era tú sino yo y solo deseaba no serlo. No recuerdo por qué no fui capaz de parar el impulso de abrazarte. Pero me tumbé a tu lado, de costado, respirando tu aliento y me apreté fuerte contra ti, acomodando mi cuerpo al tuyo, como tantas otras veces. Como siempre. Y me quedé sin respiración cuando, por impulso, por costumbre, te acomodaste en sueños hacia mí y me abrazaste. Y fue justo en ese instante cuando noté perfectamente que el corazón se me rompía al fin. Hizo crack. Lo escuchó mi alma. Supe que nunca más volvería a latir como antes. Ya nada volvería a ser como antes. Nada. Ni yo. Ni tú. Y Yo no debía estar allí. Lo sabía tan bien como sabía que no tenía voluntad para marcharme. Así que te miré, grabé tu cara en mi memoria, te dije te quiero 16 veces en susurros. 16 veces. Pero no sé cuándo mi cuerpo volvió a tomar las riendas y me levanté. Dije Adiós una vez en alto. Una sola y única vez. Sin mirar atrás recorrí suavemente el pasillo. El reloj sonaba, la madera del suelo crujía, el calor de la casa me agobiaba y un árbol se balanceaba contra la ventana del baño. A lo lejos mi mente solo gritaba. Gritaba fuerte. Y yo no la escuché. Llegué a la puerta, el pomo cedió de nuevo, dejé las llaves en la mesa y cerré despacio la puerta tras de mí, dejando atrás esa vida contigo, esos sueños sin cimientos, un futuro que creí que llegaría y un álbum de recuerdos en nuestras memorias. Me llevé mi corazón roto y te dejé el amor que sentí por ti durante toda mi vida desde que te vi. Sé que no lo querías pero pensé, por un momento, que algún día lo verías de verdad y entenderías cuánto te he querido. Cuánto y cuán grande. Y algún día tú... Tú... Tú serías capaz de usar todo ese amor para dárselo a alguien. Y salí a la calle y caminé arrastrando mis pies y mi alma por la acera. Y al verme sola me di cuenta de que me faltaban muchas cosas por dentro. Huecos. Vacíos. Notaba el eco del dolor dentro mí. Y seguí caminando mientras respiraba. Y seguí. Y seguí. Y no sé en qué momento pasó el tiempo y aún sigo aquí. Aquí pero sin ti. Y aquí pero CONMIGO.

3 Comments:

At 5/19/2012 11:19 a. m., Blogger marta said...

Me encanta. Sin más. Sentimientos a flor de piel, totalmente. Me sigue encantando leerte, sea lo que sea, pero leerte. No te desanimes. Como me decías, pronto escribirás también sobre alegrías, ya verás ;-)

 
At 5/19/2012 3:07 p. m., Blogger Olga said...

Precioso, triste y alentador a la vez, si hay coraje para levantarse lo hay para seguir caminando. Sigue caminando...un besito

 
At 5/20/2012 6:44 p. m., Blogger Ivanof said...

Tú no tienes vacíos, amiga, son lastres que hay que dejar poco a poco en el camino, para caminar ligero hacia tu futuro, contigo misma como compañera fiel de viaje, la única que seguro te seguirá hasta donde decidas llegar. Eres fuerte pero sobre todo humana, y escribes sobre el dolor más viejo del mundo.

 

Publicar un comentario

<< Home