27 mayo, 2012

UN-i-DOS


Dibujo con mi dedo sobre el cielo la curva ancha de tus caderas, el muslo izquierdo hasta los tobillos finos, la suave línea de tus pechos. Relleno los vacíos con colores y detalles dentro de mi mente y de pronto estás frente a mí, sonriendo y mirándome como si fuese yo el irreal y te sorprendieras. Abarco con mis manos todo tu cuerpo y veo cómo cierras los ojos y te dejas sentir por mis caricias. Y te toco y te toco y te toco. Recorro todo tu cuerpo sin pudor ni duda, porque es mi cuerpo. Mío. Me creo con el derecho a acariciarlo cuando quiera y como quiera y verte siempre receptiva a las palmas de mis manos resecas, a mi aliento en tu cuello, a mi lengua y mis labios en tu piel. En tu piel. Solo a mí. Porque eres mía. Tan mía como soy yo de ti. Tan mía que nadie más que yo puede tocarte, porque no eres de esas manos extrañas ni de esos ojos que te codician. Sino de mis ansias y mis defectos. Porque nadie más que yo puede morderte. Nadie más que yo te agarra. Nadie más ve tus enfados, tu risa espontánea sin sentido, tu gozo, tus lágrimas, ni lee lo que sientes solo con mirarte a la cara. Nadie más que yo puede cogerte en brazos y acurrucarse en tu pecho oyendo el latir constante de tu corazón. Ese corazón que palmita como el mío. Solo yo. Yo y solo yo... Yo junto a ti. Y me sentiré en calma oliendo tu pelo, dejando pasar el tiempo tumbado a tu lado. Viviendo la vida contigo. Esa vida dura, difícil y desesperante que tanto me ha costado crear y que me da tantos momentos felices que llenan mi alma y me completan. Yo estaré para todo y para ti. Mírame. Siente mis manos en tu cuerpo, cómo te hacen vibrar, cómo te sientes en casa cuando te toco, cuando te beso y soy parte de ti. Como tú eres ya mi casa. Siente cómo ocupo esas partes huecas que son ya mi espacio, el sitio mío donde vivo dentro de ti cuando ocupas el sito tuyo donde vives dentro de mi. Solo yo agarraré tu mano y caminaré a tu lado. Solo yo te amaré en cada etapa, creciendo ambos, envejeciendo ambos y rellenando cada folio en blanco del libro de nuestra vida. Porque ya no hay remedio. Yo ya soy tuyo y tú ya eres mía. Mía y mía. Y yo sólo de ti.


18 mayo, 2012

Cerrando la puerta



No supe en qué momento noté que mis pies cambiaron de dirección con paso firme y sin consultarme. Me llevaban hacia ti. Irremediablemente. No sé en qué momento metí la llave en la cerradura e hice girar el pomo cuando me encontré frente a tu casa. Cedió. La puerta se abrió y cerré tras de mi, despacio, sin hacer ruido, manteniendo la respiración. Apreté las llaves en mi mano hasta que estuvieron blancas y doloridas, y atravesé el pasillo a oscuras, mientras el olor de la casa, tu olor, me envolvía los sentidos y hacía brotar las lágrimas. No sé qué estaba haciendo ahí. Simplemente estaba. Al llegar al cuarto, entré con sigilo y te vi, allí tumbado, ocupando toda la cama mientras la luz amarilla de las farolas iluminaba tu cuerpo. Dormías plácidamente arropado a medias y agarrando fuertemente la almohada y quise ser tú. Con tu calma, tu reposo, tu tiempo muerto con la vida. Quise no preocuparme, no sentir que la garganta me ardía y no notar el recorrido de las lágrimas al caer por mis mejillas. Pero no era tú sino yo y solo deseaba no serlo. No recuerdo por qué no fui capaz de parar el impulso de abrazarte. Pero me tumbé a tu lado, de costado, respirando tu aliento y me apreté fuerte contra ti, acomodando mi cuerpo al tuyo, como tantas otras veces. Como siempre. Y me quedé sin respiración cuando, por impulso, por costumbre, te acomodaste en sueños hacia mí y me abrazaste. Y fue justo en ese instante cuando noté perfectamente que el corazón se me rompía al fin. Hizo crack. Lo escuchó mi alma. Supe que nunca más volvería a latir como antes. Ya nada volvería a ser como antes. Nada. Ni yo. Ni tú. Y Yo no debía estar allí. Lo sabía tan bien como sabía que no tenía voluntad para marcharme. Así que te miré, grabé tu cara en mi memoria, te dije te quiero 16 veces en susurros. 16 veces. Pero no sé cuándo mi cuerpo volvió a tomar las riendas y me levanté. Dije Adiós una vez en alto. Una sola y única vez. Sin mirar atrás recorrí suavemente el pasillo. El reloj sonaba, la madera del suelo crujía, el calor de la casa me agobiaba y un árbol se balanceaba contra la ventana del baño. A lo lejos mi mente solo gritaba. Gritaba fuerte. Y yo no la escuché. Llegué a la puerta, el pomo cedió de nuevo, dejé las llaves en la mesa y cerré despacio la puerta tras de mí, dejando atrás esa vida contigo, esos sueños sin cimientos, un futuro que creí que llegaría y un álbum de recuerdos en nuestras memorias. Me llevé mi corazón roto y te dejé el amor que sentí por ti durante toda mi vida desde que te vi. Sé que no lo querías pero pensé, por un momento, que algún día lo verías de verdad y entenderías cuánto te he querido. Cuánto y cuán grande. Y algún día tú... Tú... Tú serías capaz de usar todo ese amor para dárselo a alguien. Y salí a la calle y caminé arrastrando mis pies y mi alma por la acera. Y al verme sola me di cuenta de que me faltaban muchas cosas por dentro. Huecos. Vacíos. Notaba el eco del dolor dentro mí. Y seguí caminando mientras respiraba. Y seguí. Y seguí. Y no sé en qué momento pasó el tiempo y aún sigo aquí. Aquí pero sin ti. Y aquí pero CONMIGO.

17 septiembre, 2011

Sueños en Papel


Me descubro a mí misma con un folio blanco en la mesa y un boli bien apretado entre los dedos. Sé que tengo pánico a no ser lo que querría. Así que cierro los ojos y respiro fuerte. Me obligo a mí misma a viajar a un mundo de palabras. Un mundo en el que todo fluía simplemente porque así debía de ser. Un mundo donde soy capaz de respirar profundamente y sentirme saciada con el aire que entra y que me llena. Sonrió. Sonrío a las horas pasadas mientras veía correr la tinta sin sentido y con significado. Al releer de memoria textos que me hicieron vibrar de emoción, que levantaron sensaciones que tenía ocultas dentro de mí. Esas palabras que hacen mella, que te quiebran y te hacen tambalear simplemente por leerlas... Porque están. Quiero volver a reír y llorar. A sentir que no valgo y a esforzarme el triple por demostrarme que sí. A tener dolor de dedos y de alma. A sentirme vacía por un periodo corto de tiempo... Quiero que me dejen tranquila, que no sigan persiguiéndome y gritando, quiero dejarlos salir y que sean ellos mismos sin mí, que ya no me torturen con sus quejidos, que dejen ya de ocultarse en rincones mientras nos observan, esperando a que volvamos la cara y les miremos. Y que seamos capaces de soportarlo... Sentirme liberada. Quiero volver a las “tardes de lluvia y café”, a los “vuelos de Noa”, a la “Nuit fatale” que no me dejaba dormir... A los nervios del qué opinarán. A la emoción de descubrir sensaciones nuevas... Socia. Quiero escribir, quitarle el polvo al tragaluz y dejar que entre a chorros la inspiración por esa pequeña ventana que creamos juntas y que nos ha seguido allá donde hemos ido. Me da igual si valgo, si valemos o si resulta patético. Me da igual que nadie me entienda con tal de que exista. Hay palabras que quitan el hambre a un sueño. Y sé que ese sueño está esperando a que lo descubramos. ¿Me acompañas?

24 enero, 2009

Mi pesar maTUtino


Hoy me desperté más YO que nunca. La cabeza tum-tum y los pies que no se apoyan al bajar de la cama. De fondo la banda sonora de un desayuno que se prepara mientras se limpian los platos de la noche anterior ¿Tan tarde me levanto o es la casa la que no ha podido dormir? El caso es que los restos del sueño que he tenido me persiguen de camino al baño y los veo plasmados en mi reflejo al encender la luz: pelos revueltos, ojeras, barba dejada y cansancio en ojos entornados. Eso solo tiene una explicación posible: TÚ. De nuevo has vuelto a perturbar mi sueño, haciendo que me mueva inquieto en la cama, robándome las horas de descanso que me corresponden. Maldita sea. Antes caía agotado en el colchón sin tiempo de arroparme en condiciones y, tan pronto como eso ocurría, sonaba el despertador cansino. Por lo menos dormía sin darme cuenta ¡Y puff! ¡Un nuevo día! Ahora eso no ocurre. Ahora es diferente. Porque estás TÚ y yo no contaba contigo en mis noches... De eso me quejo mientras derramo el café de mi taza y me quemo la lengua de lo caliente que está. ¡Ea! No le sacaré el gusto a la comida en una semana. Y para colmo no atiendo mientras me hablan. Da igual, creo que no he empezado muy bien el día. Cuanto antes me centre, antes desaparecerás por un rato al menos. Tropiezo de camino a la ducha, por lo visto la falta de descanso aflora mi torpeza. Consigo la temperatura alta que me gusta y me sumerjo bajo el chorro, dejando que el agua me aísle. Y por fin me relajo. Pero entonces aparece en mi mente tu boca besándome, tus manos tocándome… Aparece tu pelo largo y tus curvas bajo la falda. Sin preguntar, mi imaginación se desborda y deseo algo que no ocurre. Aparece de nuevo el sueño vespertino y los otros tantos que tengo, dormido y despierto. El recuerdo de tu sonrisa, tu forma de caminar, de hablar, el sonido de tu… ¡Basta! ¡Se acabó por hoy la ducha! Mejor será que me vista y me ahogue en el trabajo, a ver si el estrés me calma. ¿Estrés igual a calma? Pues sí, la antítesis constante en mi vida desde que te instalaste sin permiso dentro de mí. Y estás pero no estás. Y estoy pero no me encuentro ya sin ti. Aunque el “TÚ y YO” no vaya a pasar nunca. Distintos y Distantes. Antítesis. Quién lo diría…

19 mayo, 2008

El vuelo de Noa (capítulo 6º)

Me di cuenta de esa falta grande que existía en mi corazón, un día en el jardín. Mi padre trataba inútilmente de enseñarme a golpear una pelota con una raqueta más grande que yo. Una y otra vez la tiraba y una y otra vez pasaba de largo detrás de mí. Mi padre saltaba de gozo gritando “bieeeeennn” y moviendo las manos como un mono escalando entre ramas. Yo me reía y él recogía la pelota y volvía a empezar. En eso estábamos cuando de pronto alcancé a darle bien fuerte con la raqueta y la pelota salió disparada a través de la verja, entre el naranjo y las petunias. Anonadado, mi padre ni reaccionó y yo tiré la raqueta, me quedé mirando en la dirección en que desapareció y, cruzando los brazos y enfurruñada, empecé a gritar: “¡¡Nano tae!! ¡¡Nano tae!!”. He de aclarar que esa frase, en mi jerga pueril, significa “hermano trae”, cosa que mi padre entendió y a lo que reaccionó abriendo un poco más la boca. Yo me callé al darme cuenta que “nano” no iba a venir corriendo por la calle con la pelota en la mano para dármela y entonces miré a mi padre y me puse muy triste. Comprendí que estaba sola, única prole de mis padres, egoístas al no pensar que necesita a alguien que me trajera una simple pelota extraviada. Necesitaba un compañero de andanzas, un sancho panza en miniatura.

Desde entonces, ahí estaba yo todos los días, nada más terminar de desayunar me levantaba y, envuelta en harapos de antigua ropa de mi madre a modo de disfraces recolgantes, me agachaba en cada rincón y levantaba cualquier colcha de las camas, la falda de camilla, miraba detrás de las cortinas, a través de las ventanas, dentro del televisor… Buscaba incansablemente al hermano o hermana que debía existir y se había perdido en la inmensidad que por entones para mí era la casa. Era la obsesión de mi vida cuando solo contaba con apenas año y poco. Mis padres no quisieron entender qué es lo que yo estaba buscando con tanto afán, aunque yo creo que más bien se hacían los suecos en esa cuestión. Imagino que ya un bebé no estaba programado, cuanto menos dos. Yo llamaba a “nano” por cada hueco de la casa y nunca hallaba contestación. Les preguntaba por mi tan ansiado hermano y como respuesta mi madre me daba un potito de frutas y mi padre la pelota de tenis. Comprendí que ellos no querían hablar de un futuro “nano” y por un tiempo dejé de buscar.

Me crié rodeada de las paredes coloridas de mi casa, un jardín que en las noches de verano olía a nostalgia y un sinfín de imaginación volcada en cada resquicio de mis ansias de niña. Pero nada de mocosos, amigos de mis padres o vecinos curiosos. Apenas tenían mis padres grandes amistades y las cultivaban en la calle, era raro verles hacer vida de amistad en casa. Tampoco invitaban a los niños de la guardería a jugar y además a mí tampoco me habría gustado, porque según la maestra mi mejor amiga era la tortuga Mariela, mascota de la clase y ser centenario e inerte donde los halla. Al parecer las relaciones sociales, sin “nano”, no me interesaban. Quizá por mi aislamiento social o porque se sentía mal por no tener un compañero de juegos, mi padre instaló en mi cuarto un dosel a modo de tienda de campaña, pero no la puso encima de cama para que no me acribillaran los mosquitos en verano, sino en el suelo, para que yo tuviera una cueva de las maravillas, un castillo de princesa o simplemente un refugio donde nadie podía entrar sin mi permiso. Lo llené de cojines, globos que explotaban cada vez que los pisaba, tazas con chocolate caliente que olvidaba tomar, cajitas del tesoro, joyas de plástico, piedras bonitas de la calle y muñecas de peluche que mi madre cosía a mano, con colores estridentes y un ojo más arriba que el otro. Ahora que me acuerdo de ellas dan un poco de miedo. Pero yo les veía cierto parecido a los seres de otro planeta que habitaban en mi cabeza, entre los que se encontraba la cara de mi madre. Ese era mi rincón, mi espacio, mi cuna, mi lugar donde los sueños son reales y los miedos no pueden traspasar la cortina. Allí pasé mi infancia acariciando un mundo inventado que aún hoy recuerdo casi hipnotizada por su sabor. Y también en mi adolescencia pasé largos rato tumbada pensando y tomando decisiones importantes, hasta que me fui de casa y eché de menos mi dosel; mi refugio lejano del caos que me rodeaba.
(continuará...)

22 abril, 2008

Nuit Fatale...


Aparcó el coche con dos simples maniobras. Las once en punto. Bajó la ventanilla y una oleada de aire caliente le sacudió el cabello. Sacó de su bolso un lápiz de labios y se miró en un pequeño espejo. Se descubrió mirándose los labios fijamente, la boca entreabierta y una sonrisa roja que le resultó sexi. Se gustó a si misma, y satisfecha con el resultado se calzó bien los zapatos y salió del coche. Estaba a un par de manzanas del lugar de encuentro, pero no tenía ninguna prisa en llegar. El protocolo, su protocolo, ordenaba retrasarse unos minutos, no demasiados para no impacientar, pero los justos para ser esperada y no al contrario. Caminó despacio imaginándole observando las agujas del reloj, mientras desde los talones le subía por ambas piernas un hormigueo irracional que anidó en su vientre y la distrajo de todo pensamiento. Se alisó la falda negra, acariciándose las caderas. Inspiró profundamente. Le hizo gracia a sí misma ese estado de ansiedad que sentía, sus piernas habían acelerado el paso y su corazón iba marcándoles el ritmo. Y no quiso parar. Llegó a la cristalera del bar y observó dentro. Allí estaba él, al fondo de la barra, con una copa de vino en la mano y mirando hacia la puerta. Ella tuvo aún tiempo de observar su reflejo en el cristal y atusarse por última vez el cabello. Estaba realmente espléndida y era consciente de ello. Abrió la puerta y comenzó a caminar despacio, con la mirada fija en su presa. Los pasos lentos y seguros sobre el parqué le ayudaban a cambiar de escenario. El ambiente se tornó oscuro, sólo alumbrado por algunas lámparas de luces tenues y amarillas que colgaban elegantemente del techo. Música suave y olor a tabaco y madera vieja. Eligió el camino largo, para que él no la descubriera y atacar por la espalda. No había nadie a su lado, así que giró la última esquina de la barra y vió su silueta bajo la luz de la última lámpara. La mano derecha apoyada en la madera, sujetando la copa. La izquerda en el bolsillo del pantalón vaquero. La espalda recta bajo una camisa oscura, ligeramente apoyado sobre la banqueta. Cuando por fin estaba lo suficientemente cerca, ella le rozó suavemente el hombro con las puntas de los dedos de la mano, girando hasta colocarse frente a él. "¿Llevas mucho tiempo esperándome?". Él reaccionó con una amplia sonrisa, y cogiéndola de la mano la separó para recorrer con su mirada todo su cuerpo, tacones, piernas con medias de red, falda y camisa negra con un escote de vértigo que le hizo ladear la cabeza. Cuando fue capaz de volver a encontrarse con sus ojos, acertó a decir "¡Espectacular!"

Ya había conseguido su objetivo primero de dejarle con la boca abierta, así que con un leve gesto de cabeza y un parpadeo lento, agradeció su observación. Él, que aún la tenía cogida de la mano, la condujo a la banqueta libre y ella se sentó, acomodándose en lo alto y cruzando las piernas. Nada pasaba desapercibido para ambos, ningún gesto, ninguna palabra, todo estaba convenientemente medido y daba sus resultados. A él no le pasó por alto su nuca descubierta con ese nuevo y moderno corte de pelo; a ella el olor de su colonia mezclado con el suyo propio se le clavó por dentro. Con un chasquear de dedos, la camarera puso otra copa y la llenó de vino tinto que tanto sabía que le gustaba. Los dos cogieron sus copas y brindaron “por esta noche” mirándose a los ojos. Bebieron recreando en el paladar aquel sabor amargo que se agarraba a sus bocas. “Excelente” pensaron ambos. Lentamente, ella soltó la copa y desvió su mirada para coger de su bolso un cigarro. Él se incorporó y sacó del bolsillo del pantalón un mechero y ella inclinó su cuerpo y después su cabeza para encenderlo. De nuevo miradas. De nuevo sonrisas. En ese momento él pensó que era demasiado pronto para sentir tan intenso calor por la espalda, la recorrió de nuevo con su mirada y se quedó mirando sus zapatos.


- Te sienta realmente bien el rojo
- Gracias, ya sabes que me encanta
- Y sabías que a mi también...

Mantuvieron la mirada un instante sintiendo la complicidad que iba volviendo a nacer entre ellos como sucedía en cada encuentro. Hacían de cada gesto una provocación, y de cada palabra una tentativa a seguir un juego sin reglas escritas, pero del que los dos conocían perfectamente la estrategia. Él cogió otro cigarro que fumó sin prisas. Ella seguía cada movimiento de sus manos y de su cuerpo. Soportaba muy bien el tenso silencio repentino entre los dos, pero sabía que en el fondo era una tortura, y temía que él ganara otro punto con algún comentario explosivo que pudiera dejarla noqueada. Era demasiado pronto para ceder.

- ¿Cómo ha ido tu semana?- dijo intentando aparentar absoluta normalidad.
- Bueno, ya sabes, cargada de trabajo para no variar. ¿y la tuya?
- Diría que muy parecida. Algo cansada, ¡deseando que llegara el jueves!
- Humm... ¿deseando? no sabía que te habías quedado con ganas de más... -dijo él pasandose la mano por la incipiente barba y aguantando la sonrisa ,

Ella no se contuvo y rompió en una carcajada.

- Vale, no te lo voy a negar del todo, pero por tus llamadas y tu insitencia cualquiera diría que ha sido más bien al contrario...


Él levantó la ceja y la miró de soslayo sin nada más que añadir porque estaba todo bastante claro. Había pasado el tiempo, estaban deseando estar juntos y nada les haría desperdiciar cada minuto que pasaba. Pero cada olor era un segundo, cada gesto una milésima. Sentían que no había nadie más alrededor, excepto ellos, y que todo estaba durando una eternidad muy placentera. Pero les era imposible aguantar siquiera una mirada eternamente.

De pronto ella se levantó para apagar su cigarro en el cenicero de la barra, acercándose demasiado a él. Su cabello rozó suave y estudiadamente su mejilla. Él no pudo resistirse, agarró sus caderas con ambas manos y se levantó de la banqueta, quedándose a una leve respiración de ella. Podía sentir el olor dulzón de ese perfume que se llevó de recuerdo la última noche. Y quiso tocar su cabello. Elevó su mano lenta, pausadamente, hasta llegar a la nuca, deslizando los dedos en su pelo. Le hipnotizó el hecho de sentirla tan cerca. Ella reaccionó mirándole y susurró.

- ¿Me disculpas? Tengo que ir un momento al baño.

La voz no le salió del cuerpo, fue mas bien un quejido desesperado que contestó por él "De acuerdo. Pero no tardes..."

Miró sus curvas alejándose hacia el fondo del bar. Ella, concentrada en sus andares y consciente de ser centro de su mirada, exageró gustosamente el vaivén de sus caderas. Él disimuló la impaciencia de la manera que pudo, una mirada aquí y allí, y dos nuevas copas de vino. Ella no se demoró demasiado y se lo encontró de pie, apoyado con ambos brazos en la barra. De nuevo tuvo oportunidad de sorprenderlo, y esta vez desplegó sus armas de mujer. Se acercó por la espalda hasta estar muy cerca. Posó ambas manos en su cintura. Él la recibió sin sobresaltos, estirando ligeramente la espalda mientras la miraba por encima de su hombro izquierdo. Ella dejó que sus manos se deslizaran hacia delante, hasta que él las atrapó con las suyas, apretándolas con fuerza. El primer contacto de la noche, el preludio de todo lo demás. Hubo tiempo de entrelazar los dedos antes de despegar los cuerpos y volver a estar de pie, frente a frente. Él cogió una copa para ofecérsela y después cogió la otra. Él obedeció a sus impulsos y llevó su mano hasta la cintura de ella. Ella bebía despacio mientras le mantenía la mirada por encima del cristal. Tomó un par de tragos y miró por un momento la copa.

- Sabes de sobra que no puedo tomar más de dos copas de vino... -dijo ella de manera traviesa.
- No tenía intención de que bebiéramos más...- respondió él guiñándole el ojo.

Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de ella, desde la punta de los pies hasta la espalda. El vello se le erizó y el corazón le dió un vuelco. Ese guiño... Con eso no podía. No supo qué hacer y optó por beber un pequeño sorbo mientras se sentó de nuevo, ser irguió y rozó lentamente la pierna de él con su tacón rojo. Nesitaba volver a tomar el control que durante un instante había perdido. "Compostura" pensó ella, "compostura...". Una sonrisa de medio lado que él le dedicó mientras desviaba la mirada a su objeto fetiche, le indicó que el juego volvía a estar en sus manos. Respiró aliviada mientras él de nuevo volvió a sentir ese calor rabioso que le subía por la espalda. Unas palabras más, un gesto en el momento adecuado, una caricia a tiempo, y esa noche ella estaría en sus brazos. Pero si no aumentaba un poco más la pasión, todo lo demás habría sido en vano...

- ¿Cómo lo haces?
- ¿El qué?- contestó ella levantando una ceja ante la duda.
- Conseguir que no pueda apartar mis ojos de ti y que solo piense en qué querrás desayunar mañana.... Me vuelves loco.- dijo mientras negaba con la cabeza y se mordía el labio inferior.

Y el tiempo se paró para los dos en una mirada. No respiraban. No se movían. Tan solo se estudiaban. La tensión había soprepasado límites y ambos estaban desarmados e indefensos ante los ojos del otro. La cita en el bar llegaba a su fin y la incertidumbre les inundaba por completo... Y de pronto todo pasó muy rápido. Ella se levantó de repente, sin dejar siquiera un parpadeo de tiempo, se abalanzó sobre él, le agarró por el cuello de la camisa y se quedó a un milímetro de su boca. Ambos inhalaban el aliento del otro con esa respiración agitada que les dominaba.

- Vamonos de aquí...- Logró susurrarle ella.

Se separó y cogió su bolso mientras le agarraba la mano derecha. Se sostuvieron las miradas. Y sin apartarla, él se incorporó y sacó de su bolsillo un billete que colocó sobre la barra. Ella se giró sin soltarle y le pegó contra su cuerpo. Empezaron a avanzar de camino a la puerta, esquivando a la gente, luchando por respirar aire puro. Y con el firme sonar de los tacones y el calor que desprendían sus cuerpos, ambos salieron de allí pensando que ya nada podían hacer para evitar el resto...

(Por Ada y Mía)

18 abril, 2008

Días con banda sonora... original

"One night of magic rush

The start a simple touch

One night to push and scream

And then relief...

Ten days of perfect tunes

The colors red and blue

We had a promise made

We were in love..."

"Heartbeats". José González

No he podido huir más de esta canción. LLeva persiguiéndome siete días con sus siete noches respectivas. Empiezo a pensar que las personas no buscan las canciones; sino que son las canciones cargadas de personalidad las que encuentran a sus víctimas y las hacen suyas. Se cuelan por los oidos y se acomodan en el corazón. Parece una enfermedad contagiosa, y me temo que yo ya no tengo remedio.

Esta noche he querido escribir desde mi cama, pero me ha subido la fiebre melómana y comienzo a delirar...

Me voy a San Francisco a ver llover bolitas de colores por las calles. Esta vez sin tacones. O con ellos si me prometes que me ayudas a quitármelos después... ¿Me acompañas?