17 agosto, 2006

El Vuelo de Noa (4º Capítulo)


Sé que ella lo intentó todo para eludir a Eloy y convencerlo de que desistiera de la estúpida idea de hacer posturas raras para llegar a un estado de paz interior que ella no buscaba y, tenía claro, nunca alcanzaría. Pero no consiguió hacerle entrar en razón y agotada, no tuvo más remedio que dejarse llevar por las peculiares formas de cuidados del gran “elegido”. Eso sí, poniendo de manifiesto, continuamente, su incredulidad al respecto.

Mi madre describe esos meses como manía persecutoria obsesiva, y mi padre como necesidad de encuentro entre alma y espíritu para recibir a la nueva vida. En realidad, les encantaba chincharse el uno al otro y el embarazo era una excusa perfecta que no pensaban desaprovechar. Por ello, él la seguía a todas partes, induciéndola a que le acompañara al parque a hacer posturas raras, como sentarse en el suelo con los tobillos encima de las rodillas y las manos en Gian Mudra, vamos, lo que viene siendo la postura que tiene el mono en el rey león. Tenazmente, le preparaba comida a base de soja y pavo. Le hacía vestirse con ropas anchas de color blanco y ponía música ambiente a todas horas. No paraba de decirle que se relajara, que notara su cuerpo y su alma. Que escuchara su yo interior. Pero el yo interior de mi madre se imaginaba tirándole la cadena de música a la cabeza y empujándole cuando estuviera haciendo la postura del flamenco, para que rodara colina abajo y se le fueran las tonterías. Durante cinco meses, mi padre no hablaba de otra cosa que del hatha y el kundalini, de su paz, armonía, estado de reencuentro… Y a ella en cambio, simplemente el mirarlo le daba hambre.

El resultado fue espectacular: el día del parto, mi padre se puso nervioso e intentó hacer yoga para relajarse, con tan mala suerte que estiró demasiado el muslo derecho y acabó en urgencias con una distensión muscular y mientras mi madre en el materno, aguantó como pudo la bronca del médico en pleno parto por haber engordado 20 kilos. Me la imagino blasfemando contra mi padre a pesar de que ella diga que no…

Por eso, en la primera foto que me hicieron, aparezco en brazos de mi regordeta madre y al lado, mi padre con la pierna levantada y una bolsa de hielo en el muslo. Eso sí, los dos con una sonrisa tierna en los labios. Ya eran padres…

(Continuará...)