10 abril, 2006

Siluetas desenfocadas (primera parte)





Las puertas chirriantes se volvieron a abrir una vez más para dar entrada a otra manada de pasos, y el vagón del metro se llenó de ruido de tacones enérgicos, de pisadas de zapatos de gente cansada de vivir... Y el ambiente se iba cargando de la prisa y de la rapidez de los cuerpos yendo y viniendo , montándose y bajándose en aquella parada. Cientos de rostros diferentes, nacionalidades al antojo, miles de vivencias y aventuras que se mezclan en el mismo espacio, en el mismo tiempo... Sentimientos y pensamientos que se van o que se quedan, que se cruzan en una mirada furtiva, en un roce de manos al pasar...

Después de diez segundos, la puerta del vagón número cinco, volvió a cerrarse. El anciano de setenta y tres años había conseguido sitio y se alegró. Había caminado mucho esa mañana y las piernas empezaban a flaquearle. Sintió un pequeño cosquilleo que le subía desde las puntas de los dedos de los pies hasta la cadera, donde seguía sintiendo ese sordo dolor que le había acompañado durante todo el invierno. Tanto frío no le estaba viniendo bien... Pero iba contento. En su regazo, una bolsa transparente de unos grandes almacenes; en su interior llevaba un regalo para su nieto. ¡Le había costado tanto encontrarlo! Pero para su pequeño tesoro nada era suficiente. Sonrió con un leve gesto al imaginar aquella carita recibiendo su nuevo juguete, mientras sujetaba bien la bolsa. Estaba cansado... miró el reloj y calculó mentalmente... “aún es temprano” pensó, y se acomodó en su asiento, dejando pasar lentamente los minutos hasta su parada. Miró a su izquierda; un pequeño de edad parecida a la de su nieto miraba atónito la bolsa del anciano, adivinando lo que se encontraba en su interior. A él también le hubiese gustado que su abuelo, o su padre le hubiese hecho aquel regalo... El pequeño se sorprendió al sentirse observado por aquella mirada bondadosa; y mientras el hombre de la bolsa le hizo una pequeña caricia en el pelo, el niño giró la cabeza hacia su madre. Se sintió cohibido. El pequeño llevó una de sus manos a la rodilla, aún le dolía. Esa mañana se había caído en el colegio pero no se lo había dicho a su madre; seguro que le diría que era un trasto, y aunque estaba acostumbrado, empezaba a estar cansado de tanta bronca. Sintió que la herida le ardía bajo la tela de los pantalones y decidió ponerse de pie, delante de su madre. Metió las manos en los bolsillos y encontró un par de canicas con las que había estado jugando en el recreo. Aún no era bueno en ese juego que volvía a ponerse de moda, pero estaba empeñado en vencer a su pequeño gran rival y estaba dispuesto a demostrarle quien era él. Su madre le gritó. El niño estaba entretenido mirando una canica que cambiaba de color según la posición de la luz... miró a su madre “¡que te agarres! Verás como te caigas...” El niño hizo caso y abrazó la barandilla más próxima mientras entre sus pequeños dedos seguía sintiendo la forma redonda de esas dos canicas. Su madre le miró con otra expresión. Recorrió con sus ojos el cuerpo de su hijo, desde sus viejas zapatillas sucias de jugar al fútbol todas las tardes en el patio del colegio, hasta su cara. Cómo había crecido... Se fijó en las pecas q adornaban las mejillas del pequeño y a su mente vino un viejo recuerdo del día de su nacimiento que le provocó un dulce sentimiento de ternura. Pensó en que a veces era demasiado dura con él y no pudo recordar la última vez que le dio un abrazo...

1 Comments:

At 4/10/2006 4:09 p. m., Blogger Ada said...

BONITO ESTRENOOO!

OLEEEE!

 

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