Aparcó el coche con dos simples maniobras. Las once en punto. Bajó la ventanilla y una oleada de aire caliente le sacudió el cabello. Sacó de su bolso un lápiz de labios y se miró en un pequeño espejo. Se descubrió mirándose los labios fijamente, la boca entreabierta y una sonrisa roja que le resultó sexi. Se gustó a si misma, y satisfecha con el resultado se calzó bien los zapatos y salió del coche. Estaba a un par de manzanas del lugar de encuentro, pero no tenía ninguna prisa en llegar. El protocolo, su protocolo, ordenaba retrasarse unos minutos, no demasiados para no impacientar, pero los justos para ser esperada y no al contrario. Caminó despacio imaginándole observando las agujas del reloj, mientras desde los talones le subía por ambas piernas un hormigueo irracional que anidó en su vientre y la distrajo de todo pensamiento. Se alisó la falda negra, acariciándose las caderas. Inspiró profundamente. Le hizo gracia a sí misma ese estado de ansiedad que sentía, sus piernas habían acelerado el paso y su corazón iba marcándoles el ritmo. Y no quiso parar. Llegó a la cristalera del bar y observó dentro. Allí estaba él, al fondo de la barra, con una copa de vino en la mano y mirando hacia la puerta. Ella tuvo aún tiempo de observar su reflejo en el cristal y atusarse por última vez el cabello. Estaba realmente espléndida y era consciente de ello. Abrió la puerta y comenzó a caminar despacio, con la mirada fija en su presa. Los pasos lentos y seguros sobre el parqué le ayudaban a cambiar de escenario. El ambiente se tornó oscuro, sólo alumbrado por algunas lámparas de luces tenues y amarillas que colgaban elegantemente del techo. Música suave y olor a tabaco y madera vieja. Eligió el camino largo, para que él no la descubriera y atacar por la espalda. No había nadie a su lado, así que giró la última esquina de la barra y vió su silueta bajo la luz de la última lámpara. La mano derecha apoyada en la madera, sujetando la copa. La izquerda en el bolsillo del pantalón vaquero. La espalda recta bajo una camisa oscura, ligeramente apoyado sobre la banqueta. Cuando por fin estaba lo suficientemente cerca, ella le rozó suavemente el hombro con las puntas de los dedos de la mano, girando hasta colocarse frente a él. "¿Llevas mucho tiempo esperándome?". Él reaccionó con una amplia sonrisa, y cogiéndola de la mano la separó para recorrer con su mirada todo su cuerpo, tacones, piernas con medias de red, falda y camisa negra con un escote de vértigo que le hizo ladear la cabeza. Cuando fue capaz de volver a encontrarse con sus ojos, acertó a decir "¡Espectacular!"
Ya había conseguido su objetivo primero de dejarle con la boca abierta, así que con un leve gesto de cabeza y un parpadeo lento, agradeció su observación. Él, que aún la tenía cogida de la mano, la condujo a la banqueta libre y ella se sentó, acomodándose en lo alto y cruzando las piernas. Nada pasaba desapercibido para ambos, ningún gesto, ninguna palabra, todo estaba convenientemente medido y daba sus resultados. A él no le pasó por alto su nuca descubierta con ese nuevo y moderno corte de pelo; a ella el olor de su colonia mezclado con el suyo propio se le clavó por dentro. Con un chasquear de dedos, la camarera puso otra copa y la llenó de vino tinto que tanto sabía que le gustaba. Los dos cogieron sus copas y brindaron “por esta noche” mirándose a los ojos. Bebieron recreando en el paladar aquel sabor amargo que se agarraba a sus bocas. “Excelente” pensaron ambos. Lentamente, ella soltó la copa y desvió su mirada para coger de su bolso un cigarro. Él se incorporó y sacó del bolsillo del pantalón un mechero y ella inclinó su cuerpo y después su cabeza para encenderlo. De nuevo miradas. De nuevo sonrisas. En ese momento él pensó que era demasiado pronto para sentir tan intenso calor por la espalda, la recorrió de nuevo con su mirada y se quedó mirando sus zapatos.
- Te sienta realmente bien el rojo
- Gracias, ya sabes que me encanta
- Y sabías que a mi también...
Mantuvieron la mirada un instante sintiendo la complicidad que iba volviendo a nacer entre ellos como sucedía en cada encuentro. Hacían de cada gesto una provocación, y de cada palabra una tentativa a seguir un juego sin reglas escritas, pero del que los dos conocían perfectamente la estrategia. Él cogió otro cigarro que fumó sin prisas. Ella seguía cada movimiento de sus manos y de su cuerpo. Soportaba muy bien el tenso silencio repentino entre los dos, pero sabía que en el fondo era una tortura, y temía que él ganara otro punto con algún comentario explosivo que pudiera dejarla noqueada. Era demasiado pronto para ceder.
- ¿Cómo ha ido tu semana?- dijo intentando aparentar absoluta normalidad.
- Bueno, ya sabes, cargada de trabajo para no variar. ¿y la tuya?
- Diría que muy parecida. Algo cansada, ¡deseando que llegara el jueves!
- Humm... ¿deseando? no sabía que te habías quedado con ganas de más... -dijo él pasandose la mano por la incipiente barba y aguantando la sonrisa ,
Ella no se contuvo y rompió en una carcajada.
- Vale, no te lo voy a negar del todo, pero por tus llamadas y tu insitencia cualquiera diría que ha sido más bien al contrario...
Él levantó la ceja y la miró de soslayo sin nada más que añadir porque estaba todo bastante claro. Había pasado el tiempo, estaban deseando estar juntos y nada les haría desperdiciar cada minuto que pasaba. Pero cada olor era un segundo, cada gesto una milésima. Sentían que no había nadie más alrededor, excepto ellos, y que todo estaba durando una eternidad muy placentera. Pero les era imposible aguantar siquiera una mirada eternamente.
De pronto ella se levantó para apagar su cigarro en el cenicero de la barra, acercándose demasiado a él. Su cabello rozó suave y estudiadamente su mejilla. Él no pudo resistirse, agarró sus caderas con ambas manos y se levantó de la banqueta, quedándose a una leve respiración de ella. Podía sentir el olor dulzón de ese perfume que se llevó de recuerdo la última noche. Y quiso tocar su cabello. Elevó su mano lenta, pausadamente, hasta llegar a la nuca, deslizando los dedos en su pelo. Le hipnotizó el hecho de sentirla tan cerca. Ella reaccionó mirándole y susurró.
- ¿Me disculpas? Tengo que ir un momento al baño.
La voz no le salió del cuerpo, fue mas bien un quejido desesperado que contestó por él "De acuerdo. Pero no tardes..."
Miró sus curvas alejándose hacia el fondo del bar. Ella, concentrada en sus andares y consciente de ser centro de su mirada, exageró gustosamente el vaivén de sus caderas. Él disimuló la impaciencia de la manera que pudo, una mirada aquí y allí, y dos nuevas copas de vino. Ella no se demoró demasiado y se lo encontró de pie, apoyado con ambos brazos en la barra. De nuevo tuvo oportunidad de sorprenderlo, y esta vez desplegó sus armas de mujer. Se acercó por la espalda hasta estar muy cerca. Posó ambas manos en su cintura. Él la recibió sin sobresaltos, estirando ligeramente la espalda mientras la miraba por encima de su hombro izquierdo. Ella dejó que sus manos se deslizaran hacia delante, hasta que él las atrapó con las suyas, apretándolas con fuerza. El primer contacto de la noche, el preludio de todo lo demás. Hubo tiempo de entrelazar los dedos antes de despegar los cuerpos y volver a estar de pie, frente a frente. Él cogió una copa para ofecérsela y después cogió la otra. Él obedeció a sus impulsos y llevó su mano hasta la cintura de ella. Ella bebía despacio mientras le mantenía la mirada por encima del cristal. Tomó un par de tragos y miró por un momento la copa.
- Sabes de sobra que no puedo tomar más de dos copas de vino... -dijo ella de manera traviesa.
- No tenía intención de que bebiéramos más...- respondió él guiñándole el ojo.
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de ella, desde la punta de los pies hasta la espalda. El vello se le erizó y el corazón le dió un vuelco. Ese guiño... Con eso no podía. No supo qué hacer y optó por beber un pequeño sorbo mientras se sentó de nuevo, ser irguió y rozó lentamente la pierna de él con su tacón rojo. Nesitaba volver a tomar el control que durante un instante había perdido. "Compostura" pensó ella, "compostura...". Una sonrisa de medio lado que él le dedicó mientras desviaba la mirada a su objeto fetiche, le indicó que el juego volvía a estar en sus manos. Respiró aliviada mientras él de nuevo volvió a sentir ese calor rabioso que le subía por la espalda. Unas palabras más, un gesto en el momento adecuado, una caricia a tiempo, y esa noche ella estaría en sus brazos. Pero si no aumentaba un poco más la pasión, todo lo demás habría sido en vano...
- ¿Cómo lo haces?
- ¿El qué?- contestó ella levantando una ceja ante la duda.
- Conseguir que no pueda apartar mis ojos de ti y que solo piense en qué querrás desayunar mañana.... Me vuelves loco.- dijo mientras negaba con la cabeza y se mordía el labio inferior.
Y el tiempo se paró para los dos en una mirada. No respiraban. No se movían. Tan solo se estudiaban. La tensión había soprepasado límites y ambos estaban desarmados e indefensos ante los ojos del otro. La cita en el bar llegaba a su fin y la incertidumbre les inundaba por completo... Y de pronto todo pasó muy rápido. Ella se levantó de repente, sin dejar siquiera un parpadeo de tiempo, se abalanzó sobre él, le agarró por el cuello de la camisa y se quedó a un milímetro de su boca. Ambos inhalaban el aliento del otro con esa respiración agitada que les dominaba.
- Vamonos de aquí...- Logró susurrarle ella.
Se separó y cogió su bolso mientras le agarraba la mano derecha. Se sostuvieron las miradas. Y sin apartarla, él se incorporó y sacó de su bolsillo un billete que colocó sobre la barra. Ella se giró sin soltarle y le pegó contra su cuerpo. Empezaron a avanzar de camino a la puerta, esquivando a la gente, luchando por respirar aire puro. Y con el firme sonar de los tacones y el calor que desprendían sus cuerpos, ambos salieron de allí pensando que ya nada podían hacer para evitar el resto...